Estado de Bienestar
El Estado de bienestar, postula
fundamentalmente que el Estado debe
intervenir activamente en la economía y la sociedad, con vistas a complementar
el funcionamiento del mercado, garantizando un mínimo de bienestar básico a
toda la sociedad.
Su mentor original fue el
economista John M. Keynes, quien frente a la aguda depresión económica de 1929,
aconsejó dejar de lado el modelo liberal, que el Estado no se quedara en el rol
de garante externo, sino que gestionara por si mismo aquello que el mercado no
proveía: crédito, empleo e insumos estratégicos. Esta intervención decidida de
los Estados permitió a la recuperación de la economía.
¿Cómo interviene en la
economía el Estado de Bienestar ?
A través de algunas
instituciones típicas de este modelo: a) Empresas Públicas: el Estado se
convierte en empresario en aquellos sectores que son indispensables para la
economía, pero que el capital privado no quiere o no puede invertir. Por
ejemplo: YPF (Yacimiento Petrolíferos Fiscales), ENTEL (empresa nacional de
Telecomunicaciones). b) Regulación económica: el Estado dicta normas
obligatorias respecto de ciertos aspectos de la actividad económica, con vistas
a favorecer su desarrollo. Ejemplo: ley de alquileres urbanos, fijación de
precios máximos, fijación de precios sostén o cuotas de producción, etc. c)
Impuestos progresivos: se cobran impuestos proporcionalmente mayores a aquellos
que tienen mayores riquezas. d) Centralización estatal del crédito: el Estado
adquiere un rol predominante (o exclusivo, según los casos) en la asignación de
crédito a las empresas privadas, orientando los préstamos hacia los sectores de
mayor interés para la nación. e) Expansión monetaria (Inflación): El Estado
maneja el tipo de cambio y la cantidad de dinero circulante, en función de sus
políticas de desarrollo, sin importar que esto genere inflación. f) Política
social: el Estado desarrolla una amplia red de planes de efectiva ayuda social
en beneficio de los más pobres. Ejemplo: planes de vivienda económica, jubilaciones
y pensiones, subsidios, planes de turismo social, etc. g) Derechos laborales:
se consagran y efectivizan un conjunto de nuevos derechos en favor de los
trabajadores (jornada limitada, descanso semanal, vacaciones pagas,
indemnización por despido, etc.) que llevan a incrementar los salarios junto
con el nivel de empleo. h) Proteccionismo. El Estado nacional fomenta las
industrias locales, limitando de distintos modos el ingreso de productos
importados.
Mediante todas estas
instituciones de intervención, el Estado de Bienestar, sin romper con el modo
de producción capitalista, establece mecanismos de redistribución por el cual
el beneficio de los sectores más ricos de la sociedad se ve acompañado por el
incremento del bienestar de los sectores más pobres.
Los autores, que se valen de la
forma contrato para entender el Estado, explican al Estado de Bienestar como un
pacto:
“El Estado de Bienestar ha servido como
principal fórmula pacificador a de las democracias capitalistas avanzadas para
el período subsiguiente a la Segunda Guerra Mundial. Esta fórmula de paz
consiste básicamente, en primer lugar, en la obligación explícita que asume el
aparato estatal de suministrar asistencia y apoyo (en dinero o en especie) a
los ciudadanos que sufren necesidades y riesgos específicos característicos de
la sociedad mercantil; dicha asistencia se suministra en virtud de pretensiones
legales otorgadas a los ciudadanos. En segundo lugar, el Estado de bienestar se
basa sobre el reconocimiento del papel formal de los sindicatos tanto en la
negociación colectiva como en la formación de los planes públicos. Se considera
que ambos componentes estructurales del Estado de Bienestar limitan y mitigan
el conflicto de clases, equilibran la asimétrica relación de poder entre
trabajo y capital, y de ese modo ayudan a superar la situación de luchas
paralizantes y contradicciones que constituía el rasgo más ostensible del
capitalismo liberal, previo a este tipo de estado. En suma, el Estado de
bienestar ha sido celebrado a lo largo del período de postguerra como solución
política a contradicciones sociales.” (Offe, 1988: 135)
Esta visión del Keynesianismo
como un pacto queda incompleta si no se entiende que se basa en la desigualdad
de las partes, y por lo tanto reproduce relaciones de subordinación.
En los países dependientes, la
crisis capitalista de la década de 1930 da la oportunidad de avanzar en la
industrialización interna. Una parte de la clase dominante local deja de lado
su adhesión al anterior modelo y favorece el proceso de sustitución de
importaciones. Se acelera el proceso de urbanización, y se conforma una masa
obrera, que a diferencia de lo que ocurre en los países centrales, está solo
parcialmente organizada, por lo que plantea una débil disputa por la hegemonía.
Desde los sectores más altos de la burocracia estatal (sobre todo militar) se
ensaya un movimiento político exitoso, intentando alianza entre estos dos
actores. Pero para lograrlo, debe –desde el Estado- fortalecer la organización
y la expresión política de la clase obrera, cuya capacidad de movilización es
la principal fuerza del régimen. Emerge así un nuevo tipo de Estado, que ensaya
políticas Keynesianas, pero que a diferencia de los Estados de Bienestar
Europeos, se sostienen en la organización heterónoma de los trabajadores.
Para desenvolver las funciones
de intervención, regulación del mercado y satisfacción de los derechos
sociales, el Estado de Bienestar se vale de aparatos burocráticos sumamente
importantes. La centralidad de estas instituciones estatales y el gran poder
que adquieren, hacen que el nivel de lo político cobre una gran autonomía,
llevando a su máxima expresión el fetiche de la supuesta neutralidad del
Estado, que “parece” ubicado por encima de las clases. Claro que en
profundidad, su intervención no es neutral, dado que el Estado de Bienestar, en
tanto una forma de Estado Capitalista, nunca es imparcial, sino que tiene un
compromiso estratégico con la reproducción de las relaciones de explotación
capitalista.
Desde el punto de vista
político y social, el Estado de bienestar se basa en la alianza de la clase
capitalista local con la clase obrera, representada a través de los sindicatos
y los partidos populares, de modo que supone la vigencia de una activa
mediación de los grupos sindicales, y la implementación, a nivel nacional, de
poderosos partidos de masas.
Desarrollismo
Durante
el periodo estudiado, el desarrollismo, como corriente del pensamiento
económico, concibe el desarrollo como un cambio de estructuras. Las principales
elaboraciones en este sentido fueron realizadas por la Comisión Económica para
América Latina (CEPAL) desde fines de la década de los cuarenta. A partir de
una especial interpretación de los procesos que reglan las relaciones entre los
países centrales y los periféricos, pone énfasis en un conjunto de reformas
estructurales que es necesario encarar de manera global para superar,
precisamente, los obstáculos para el desarrollo. En función de ello elabora un
diagnóstico de la situación de la economía latinoamericana: se destaca su
condición periférica, y a partir de esta, los efectos en la economía
internacional, derivando luego hacia la formulación de prescripciones generales
y específicas para superar los principales problemas. Partiendo de la división
internacional del trabajo y de la constatación empírica de la existencia de
términos de intercambio negativos para los países exportadores de productos
primarios, se constata que se dan fuertes oscilaciones en el volumen de la
demanda y de los precios internacionales de los mismos; ello provoca fuertes
contracciones en la capacidad de importación y, por lo tanto, un alto grado de vulnerabilidad
externa y grandes desequilibrios en el ritmo de funcionamiento de la economía.
También se advierten severas restricciones estructurales en la transferencia
del progreso técnico de los países centrales a los periféricos, debido a la
mayor concentración de innovación tecnológica en los productos industriales que
estos importaban. Ante este estado de la cuestión, la solución no podía ser
otra que la industrialización, comenzando por aquel tipo de industria que fuese
capaz de sustituir los bienes importados más escasos y estratégicos. En estas
condiciones el funcionamiento de la economía no podía ajustarse a los dictados
del mercado ni moverse erráticamente conforme al interés privado de los
empresarios capitalistas, sino que era imperativo que lo hiciese en el sentido
necesario para cerrar los baches del comercio exterior e incorporar procesos
productivos complejos que elevasen el valor agregado nacional, absorbiendo el
mayor progreso técnico posible. Esta industrialización planificada tenía además
la ventaja de crear puestos de trabajo en las ciudades, en un momento en que la
población se urbanizaba aceleradamente. Es así como la industrialización se
convierte en el eje del proyecto desarrollista, que perseguía la incorporación
masiva de la técnica moderna, la reforma agraria y la democratización política.
En efecto, el desarrollismo combinó políticas de modernización y de expansión
industrial con la vigencia de instituciones parlamentarias y prácticas
electorales. En el primer periodo doctrinario de la CEPAL (1948-1955) las ideas
básicas fueron la concepción centro, periferia, la teoría del deterioro de los
términos del intercambio y la interpretación del proceso de industrialización
de los países latinoamericanos. A partir de este conjunto de ideas, la CEPAL
abrió el debate en torno a la necesidad de una política deliberada y específica
de industrialización, capaz de promover la acumulación y el desarrollo de la
región y, también, en su calidad de organismo supranacional de orientación y
consulta, generó una serie de recomendaciones de política económica, cuyos
tópicos concernían a la planificación del desarrollo, la protección del mercado
interior, la integración latinoamericana, el financiamiento externo, entre
otros. Entre 1955 y mediados de la década de los sesenta la corriente cepalina,
al amparo del marco teórico desarrollado en la etapa precedente, profundizó el
análisis de lo que denominó los obstáculos estructurales al desarrollo. Por un
lado atacó las cuestiones contenidas en el concepto de estrangulamiento
externo: los desequilibrios de las balanzas de pago de los países
latinoamericanos, la asistencia exterior, etc.; y por otro, centró su atención
sobre los obstáculos internos al desarrollo latinoamericano: el subempleo, la
distribución regresiva del ingreso, la marginalidad.
En
síntesis, la política de desarrollo habría de poner el acento sobre un conjunto
de reformas estructurales en la función del Estado como orientador, promotor y
planificador y en un cambio y ampliación sustancial de las modalidades de
financiamiento externo y del comercio internacional.
El
golpe de Estado de 1955 en Argentina que derrocó al gobierno peronista, expresó
fundamentalmente un cambio en las relaciones de fuerza a escala local, lo que
se manifiesta en la toma de medidas de política económica tendentes a
neutralizar los pilares esenciales del modelo capitalista de Estado, procurando
dinamizar el papel del sector privado en la economía. Ello se inserta en un
marco más general —desde fines de la década de 1950 y durante la de 1960— en el
que la ideología liberal y el desarrollismo redefinen la nueva inserción
dependiente de la economía argentina, en la fase de la internacionalización del
capital bajo la hegemonía de Estados Unidos.
La
incorporación a este modelo de acumulación, signado por la penetración de las
transnacionales como eje esencial, está condicionada por dos tipos de procesos.
En primer lugar, un país que exhibe un mercado interno amplio y con una demanda
diversificada, recursos naturales disponibles, mano de obra calificada,
economía exportadora generadora de excedentes y de divisas para hacer frente a
los servicios del capital extranjero, y un sector público capaz de proveer los
principales insumos que el nuevo sistema de acumulación requiere. En segundo
lugar, y no obstante las ventajas antes mencionadas, el país también muestra
una estructura social compleja, en tanto interactúan un sector terrateniente
con experiencia para defender los excedentes que genera, un sector de la
burguesía nacional no monopólica que intenta buscar —cada vez con menos
probabilidad de éxito— mantener su presencia en el mercado interno, y una clase
obrera organizada, comprometida con la defensa de sus salarios reales y
dispuesta a movilizarse y a negociar para establecer alianzas en defensa de sus
intereses.
Es evidente la complejidad
de la nueva instancia económico-social y política. Entre 1958 y 1962 el capital
extranjero cumple la función de hacer avanzar la centralización de los
capitales y la concentración de la producción dentro de una economía
semicerrada como la argentina, donde la competencia externa aún no se exhibe
como muy relevante. Era necesario reordenar eficientemente el capitalismo
local, y en este sentido, la estrategia seguida por el desarrollismo busca
articular simultáneamente los ingresos del sector agrario y los beneficios que
imponía la radicación del capital extranjero. Eran variados los intereses a
conciliar y los grupos a articular, erigiéndose esta gama de contradicciones en
el desafío fundamental para la propuesta del desarrollismo en el ámbito
político. Además es de destacar que la etapa de industrialización se
caracteriza por el control que sobre este proceso ejercen las firmas
multinacionales y por su orientación hacia el mercado interno; se trata de la
nueva estrategia del gran capital internacional que apunta a la inversión
directa en la producción, especialmente en los bienes de consumo durable,
aunque también se efectúan importantes inversiones en química, petroquímica y
siderurgia. Y en este contexto, el Estado tiene el papel fundamental de apoyo y
ampliación del esfuerzo industrializante. Así, el Estado invertirá en sectores
de infraestructura pesada, energía, productos de base y transporte, que
convengan a los intereses de las grandes firmas multinacionales, que se
constituyen en agentes muy dinámicos en el ámbito económico.
"El
desarrollismo y el problema agrario durante las décadas de 1950 y 1960", Silvia
Lazzaro.
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